El fracaso de la educación en línea en México

Se intentó rescatar el ciclo lectivo que fue interrumpido por la pandemia de Covid-19. No se pudo. En todo caso, a lo más que podrá aspirarse será a guardar las apariencias, tanto por padres de los educandos, los propios alumnos, los maestros y las autoridades administrativas de todos los centros educativos del país.

Además de que alentará a muchas escuelas a continuar con las simulaciones virtuales de educación (home schooling), que, inmersas en la lógica de mercado, buscarán abatir costos y gastos, habrá alumnos de todos los planteles de educación de cualquier nivel cada vez menos preparados ya no digamos para poder ejercer en un futuro como profesionistas, sino para seguir cursando los años que les faltan en su respectivo nivel educativo.

La educación a distancia funciona bien solamente cuando se cumple con un requisito indispensable, inexcusable: que el estudiante sea de alto perfil, es decir, que tenga un interés genuino en adquirir conocimientos y capacidad de ser autodidacta.

En el caso de los niños pequeños, de preescolar o de primaria, son los padres quienes pasan su día haciendo las tareas y actividades escolares; no supervisándolas ni revisándolas: HACIÉNDOLAS. Y, conforme subimos de grado escolar, la insuficiencia didáctica de las plataformas virtuales se suma al típico desinterés de los alumnos por lo que se les está enseñando.

Se han viralizado en días recientes, además, algunos casos en los que un estudiante sabotea la clase, sea orientando de mala fe al profesor para que él mismo cierre la sesión o sea convirtiendo las reuniones virtuales en su megáfono personal para quejarse de lo que sea. Esto no es nuevo: tenemos al menos unos tres lustros viendo cómo los estudiantes “universitarios” se rebelan, de entrada, contra el pobre diablo que les quiera enseñar cualquier cosa. Eso explica por qué las nuevas generaciones están metidas debajo de la mesa mientras los verdaderos adultos intentamos lidiar con esta crisis. Su rebeldía es acomodaticia y sólo ha logrado formar analfabetas vitales. Se enterarán de que la crisis ya pasó a través de su Tik Tok.

Para las instituciones de educación privada, el problema más inmediato consiste en seguir legitimadas para el cobro de inscripciones, colegiaturas y demás tarifas, por lo que deben convencer a los padres de que se está haciendo mucho. Y, por eso, la estrategia más a la mano consiste en saturar a los padres y a los alumnos, hasta tapar todos los lavabos mentales, de toneladas de documentos y de basura que pretenden demostrar que el trabajo escolar ahí está, en correos electrónicos numerosos, en trabajos entregados por videoconferencias y salas de charla virtuales, todo registrado gracias a la moderna tecnología que se tiene a mano.

La educación pública tiene otros incentivos: las presiones sindicales, la justificación del gasto educativo en numerosas partidas y el riesgo permanente de que cualquier decisión que tenga que ver con el magisterio se politice y se convierta en otra cosa, incómoda y transexenal. El chiste es que nadie la tiene fácil.

Por todo lo anterior, se percibe que los personajes de esta obra optan por negar la evidencia, por felicitarse unos a otros por haber dado “el mejor esfuerzo” y por pasar prontamente “a lo que sigue”, sea lo que sea que siga. Si se procediera con un nivel de auténtica franqueza (que siempre es mala política), debería darse por perdido el período educativo que ha transcurrido, al menos, desde marzo a hoy y repetirlo a partir de julio. Es decir, reconocer el fracaso de la educación a distancia, del que hay evidencia sobrante también y decir, con honestidad: “no existe un progreso educativo real de ningún alumno. Retomemos el curso pendiente en julio 15 y acabemos en diciembre”.

Sí, los alumnos se atrasarían, pero serían todos, en todos los niveles y en todas las instituciones educativas y nadie quedaría en desventaja. El mayor cambio formal sería que los ciclos lectivos nuevamente iniciarían en enero y acabarían en diciembre.

Definitivamente, alguien acabaría perdiendo mucho: primero, los padres, su dinero, sin importar si la educación es privada o pública, pues si se les hace gastar un semestre de más, incurrirían en costos no previstos, desde colegiaturas hasta materiales didácticos; segundo, las escuelas privadas, dinero también, pues habría que ver si se les condona a los alumnos este hipotético semestre extendido; tercero, los participantes de la educación pública, posición política, pues reconocer que los esfuerzos han sido fútiles generaría tensiones de todo orden con consecuencias imprevisibles al día de hoy.

De todas formas, los siguientes cursos serán remediales glorificados, porque en esta cuarentena, académicamente hablando, nadie hizo nada.